Este trabajo nace de una necesidad personal: mirar nuestras islas más allá del conflicto, sin dejar de atravesarlo.
En las imágenes en blanco y negro resuenan las huellas de la guerra, los ecos de una herida que todavía sigue abierta. En el color, en cambio, aparece otra dimensión: la fuerza del paisaje, la belleza intacta, la vida que persiste.
Ese contrapunto —entre lo que fue y lo que es— no busca resolver tensiones, sino habitarlas.
Porque las Islas Malvinas no son solo un recuerdo; también son un territorio vivo, donde el pasado y el presente se entrelazan. Y donde, a pesar de todo, el color sigue brotando desde las sombras.





















